Las personas no llegamos a este mundo con la habilidad suficiente como para gestionar el dolor. A pesar de ser algo común en nuestro ciclo vital, y de experimentarlo nada más venir al mundo, nadie nos ha ofrecido un manual para sobrevivir al sufrimiento.
De niños nos desahogamos con las lágrimas pero, a medida que crecemos, nos dicen que llorar no es bueno, que es algo que solo hacen los débiles. Es entonces cuando empezamos a interiorizar, a callar palabras y a disimular.
La educación emocional no es algo que se enseñe en los centros educativos, y nuestros padres casi nunca son demasiado hábiles a la hora de iniciarnos en estos campos, en la gestión de las frustraciones, de los desengaños, de las desilusiones.
Somos nosotros, a través de nuestras experiencias, los que debemos aprender a sobrevivir. Ahora bien, hay algo que debemos tener claro, hay muchos tipos de dolor emocional. Hay unos que lastiman y otros que nos hacen cambiar para avanzar.
Hay quien se niega a aceptar el dolor en cada una de sus formas. Unos enmascaran el dolor físico con los analgésicos y otros rehúyen del dolor emocional, fingiendo que no existe.
No debe sorprenderte si te decimos que es necesario aprender que existe esta dimensión lo antes posible. Es vital pues que, desde nuestra infancia, se nos hagan entender las siguientes cuestiones:
Si educamos en madurez emocional, daremos múltiples estrategias a los más pequeños para que cada día, sean capaces de hacer frente a esas fuentes que les puede ocasionar dolor:
El saber ya desde la infancia y la adolescencia que la adversidad es algo que puede aparecer más de lo que desearíamos hará que nos demos cuenta también de que “son momentos para ponernos a prueba”. Para demostrar de lo que somos capaces.
El día de tu muerte sucederá que lo que tú posees en este mundo pasará a manos de otra persona. Pero lo que tú eres será tuyo por siempre. — Henry Van Dyke
Comprendemos que no es fácil hacerles ver a los niños que la vida, puede ser a veces muy compleja. Como madres y padres les deseamos lo mejor, pero tampoco podemos sobreprotegerles ni introducirlos en una burbuja. Hay que ofrecerles ante todo una educación emocional que fomente su madurez, para que canalicen mejor las decepciones, para que sepan desahogarse, quererse más a ellos mismos, y superarse cada día en su búsqueda por ser felices.
Desearíamos que no existiera. Nos encantaría borrar el dolor y el sufrimiento de nuestra vida y de la vida de quienes amamos, para que nada turbara nuestro equilibrio. Sin embargo, hay unos principios que debemos asumir e interiorizar por nuestro bien.
La vida fluye y cambia. Nada es estable y formamos parte del movimiento. Hay quien dice que para saber qué es la felicidad, primero hay que sufrir. En absoluto. No hay que ser tan extremos. Las personas sabemos muy bien qué es estar bien, satisfechos, tranquilos y felices. Es un bien primordial y sabemos reconocerlo sin necesidad de ver a su antagonista frente a frente.
Ahora bien, sí hay unos errores en los que a veces solemos caer. Son los siguientes:
Si nos resistimos a hechos tan comunes como envejecer o no aceptamos que alguien haya podido dejar de amarnos, quedaremos encallados, aferrados al sufrimiento. Hay que llorar y enfadarse, desde luego. Es lícito ponerse de mal humor y sentir el dolor en toda su intensidad cuando algo ocurre pero, luego, debes aceptarlo. Y, después, formar parte de ese río que nos lleva la vida en el día a día, donde el cambio puede traerte de nuevo cosas buenas.
Hay vivencias que nos van a dejar lastimados por dentro, de eso no cabe duda. Hay un tipo de dolor que no deja indemne a nadie, y eso es algo que debemos asumir. La pérdida de un ser querido , por ejemplo, es algo difícil de aceptar, pero poco, podremos vivir con esa ausencia. Dolerá un poco menos.
Ahora bien, ten en cuenta que, si bien es cierto que la personas no solemos llegar “preparadas de fábrica” para el sufrimiento, sí disponemos de estrategias innatas para afrontarlo: todos somos excelentes supervivientes, todos disponemos de resiliencia.
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