Krishnamurti

La Verdadera Educación según Krishnamurti

Recopilación de entrevistas y charlas sobre la educación y el aprendizaje por Krishnamurti, quien fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual. Sus principales temas incluían la revolución psicológica, el propósito de la meditación, las relaciones humanas, la naturaleza de la mente y cómo llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global.

Jiddu Krishnamurti fundo distintas escuelas en Inglaterra y la India, esta es una recopilación de sus charlas y entrevistas con profesores y alumnos de Brockwood Park en Hampshire (Inglaterra), Rajghat en Benarés, y Valle Rishi en el distrito de Chittoor de Andhra Pradesh en la India, ademas de distintos lugares de los estados unidos, como la Universidad de California, Berkeley, Santa Cruz, Brandeis y Strandford.

Si hemos de crear un mundo nuevo, una nueva civilización, un arte nuevo, no contaminado por la tradición, el miedo, las ambiciones, si hemos de originar juntos una nueva sociedad en la que no existan el «tú» y el «yo», sino lo nuestro, ¿no tiene que haber una mente que sea por completo anónima y que, por lo tanto, esté creativamente sola? Esto implica, ¿no es así?, que tiene que haber una rebelión contra el conformismo, contra la respetabilidad, porque el hombre respetable es el hombre mediocre, debido a que siempre desea algo; porque su felicidad depende de la influencia, o de lo que piensa su prójimo, su gurú, de lo que dice el Bhagavad Gita o los Upanishads o la Biblia o Cristo. Su mente jamás está sola. -El libro de la vida de Krishnamurti

Educar en el sentido real de la palabra, no comunicar datos matemáticos o geográficos de maestro a alumno, sino más bien impulsar un cambio en la mente al impartir estas materias. Eso significa que deben ser extremadamente críticos, deben aprender a no aceptar nunca lo que no ven con claridad por sí mismos y a no repetir lo que dicen otros.

Educar en el sentido real de la palabra, no comunicar datos matemáticos o geográficos de maestro a alumno, sino más bien impulsar un cambio en la mente al impartir estas materias. Eso significa que deben ser extremadamente críticos, deben aprender a no aceptar nunca lo que no ven con claridad por sí mismos y a no repetir lo que dicen otros.

¿Cuál es la verdadera función de un educador?

¿Qué es la educación? ¿Por qué nos educan? ¿Nos educan en absoluto? ¿Hacer unos cuantos exámenes, conseguir un trabajo, competir, luchar, siempre con una ambición despiadada, ¿es eso educación? ¿Qué es un educador? ¿Es aquel que prepara al estudiante para que consiga un trabajo, un simple trabajo, es quien lo prepara técnicamente para ganarse la vida?

Eso es lo único que sabemos hacer hoy en día. Hay muchas escuelas, universidades donde preparan a la juventud, a los chicos y a las chicas, para que adquieran conocimientos técnicos de modo que se puedan ganar la vida. ¿Es esta la única función de un verdadero educador? Tiene que haber algo más, eso es demasiado mecánico. Y luego dicen que el educador debe ser un ejemplo. ¿Están de acuerdo con eso? Deberán buscar la verdad de esta cuestión, investigar. Cuando lo investiguen, verán qué hay de verdad en todo esto, de forma concreta, sin la necesidad de un ejemplo.

La educación y el entorno nos han adiestrado a todos para que nuestras metas sean la ganancia personal y la seguridad, y para que luchemos en beneficio propio. Por mucho que lo disimulemos con eufemismos, se nos ha educado para que desempeñemos una diversidad de profesiones encuadradas en el marco de un sistema cuyas bases son la explotación, la ambición y el miedo que ésta genera.

Semejante adiestramiento ineludiblemente ha de ser fuente de confusión e infelicidad para cada uno de nosotros y para el mundo, pues crea en cada individuo barreras psicológicas que lo separan y aíslan de los demás. La educación no consiste en adiestrar la mente. El adiestramiento nos hace personas eficientes, pero no seres humanos completos.

Una mente a la que se ha adiestrado sin más es una continuación del pasado, y no está en condiciones de descubrir lo nuevo. Por eso, para averiguar en qué consiste la verdadera educación, tenemos que examinar el significado de la vida en su totalidad.

La educación actual es un completo fracaso porque le da demasiada importancia a la técnica. Al subrayar la técnica, destruimos al hombre. Cultivar la capacidad y 1a eficiencia sin la comprensión de la vida, sin tener una percepción completa de cómo funcionan el pensamiento y el deseo, sólo logrará aumentar nuestra crueldad, que es lo que engendra las guerras y pone en peligro nuestra seguridad física.

La Verdadera Clase de Educación

El hombre ignorante no es el iletrado, sino el que no se conoce a sí mismo; y el hombre instruido es ignorante cuando pone toda su confianza en los libros, en el conocimiento y en la autoridad externa para derivar de ellos la comprensión.

La comprensión sólo viene mediante el propio conocimiento, que es el darnos cuenta de nuestro proceso psicológico total. La educación, pues, en su verdadero sentido, es la comprensión de uno mismo, porque dentro de cada uno de nosotros es donde se concentra la totalidad de la existencia.

Lo que ahora llamamos educación es la acumulación de datos y conocimientos por medio de los libros, cosa factible a cualquiera que puede leer. Una educación así, ofrece una forma sutil de evadirnos de nosotros mismos y, como toda huida, inevitablemente aumenta nuestra desdicha.

El conflicto y la confusión resultan de nuestra relación errónea con todo lo que nos rodea -gente, cosas, ideas-, y hasta que no entendamos bien esa relación y la alteremos, la mera instrucción, la adquisición de datos y habilidades, nos conducirán inevitablemente al caos envolvente y a la destrucción.

El progreso tecnológico resuelve ciertas clases de problemas en un nivel determinado, pero también introduce problemas más amplios y profundos. Vivir en un solo nivel, sin tener en cuenta el proceso total de la vida, es atraer la miseria y la destrucción. La mayor necesidad, el problema más urgente de cada individuo, es tener una comprensión integral de la vida, que lo ponga en condiciones de resolver satisfactoriamente sus crecientes complejidades.

El conocimiento técnico, aunque necesario, no resolverá en modo alguno nuestras tensiones y conflictos psicológicos internos: y es por haber adquirido conocimientos técnicos sin comprender el proceso total de la vida, que la tecnología se ha convertido en un instrumento para nuestra propia destrucción. El hombre que sabe desintegrar el átomo, pero no tiene amor en su corazón, se convierte en un monstruo.

Cuando la función de ejercer una profesión es de máxima importancia, la vida se hace aburrida y oscura, convirtiéndose en una rutina mecánica, de la cual huimos por medio de toda clase de distracciones. La acumulación de hechos y el desarrollo de la capacidad intelectual, a lo cual llamarnos educación, nos ha privado de la plenitud de la vida y de la acción integradas.

Es porque no entendemos el proceso total de la vida que nos aferramos tanto a la capacidad y la eficiencia, que de esta manera asumen avasalladora importancia. Pero el todo no puede comprenderse si sólo estudiamos una parte. El todo sólo puede comprenderse mediante la acción y la vivencia.

La verdadera educación no tiene nada que ver con ninguna ideología, por mucho que ésta prometa una utopía futura; ni está fundada en ningún sistema, por bien pensado que sea; ni tampoco constituye un medio de condicionar al individuo de una manera especial. La educación, en el verdadero sentido, capacita al individuo para ser maduro y libre para florecer abundantemente en amor y bondad. En esto, en verdad, debiéramos estar interesados, y no en moldear al niño de acuerdo con una norma idealista.

La verdadera educación consiste en comprender al niño tal como es, sin imponerle un ideal de lo que opinamos que debiera ser. Encuadrarle en el marco de un ideal es incitarlo a ajustarse a ese ideal, lo que engendra en él temores y le produce un conflicto constante entre lo que es y lo que debiera ser; y todos los conflictos internos tienen sus manifestaciones externas en la sociedad. Los ideales son un obstáculo real para nuestra comprensión del niño y para que el niño se comprenda a sí mismo.

La mayoría de nosotros necesita de alguien en quien apoyarse, alguien que nos aliente, que nos diga: «¡Lo estás haciendo muy bien, sigue así!», y que nos empuje un poco cuando flojeamos, que nos impulse cuando somos indiferentes, cuando estamos dormidos, que nos sacuda para mantenernos despiertos; y así, ese alguien se convierte poco a poco en la autoridad. ¿No han advertido esto?

La verdadera educación, al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de una técnica, debe realizar algo de mayor importancia; debe ayudar al hombre a experimentar, a sentir el proceso integral de la vida.

La verdadera educación, al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de una técnica, debe realizar algo de mayor importancia; debe ayudar al hombre a experimentar, a sentir el proceso integral de la vida.

 

Krishnamurti: Durante muchos años, hemos estado tratando que todas estas escuelas actúen como una unidad, aunque sean legales y nacionalmente independientes. Intentamos originar un sentimiento que no existe en ninguna otra parte del mundo, el de que todos juntos estamos trabajando con el mismo fin. Vamos a ver si podemos descubrir la forma de transmitir o interpretarles estas enseñan­zas a los estudiantes por medio de las asignaturas. ¿Qué dicen ustedes? Si pudiéramos tener el mismo tipo de docencia, la misma clase de educación en todas estas escuelas, aquí, en la India, en Cali­fornia, seria algo maravilloso. ¿Me explico o no?

Profesor/a: ¿Quiere usted decir algo más que la misma intención?

Krishnamurti: Sí. Enseñar las materias normales es esencial por varias razones que no es preciso mencionar ahora, pero ¿podemos transmitirles estas enseñanzas a los estudiantes por medio de las asignaturas que cada uno de ellos tiene que cur­sar? Digamos que soy un profesor de historia en una de estas escuelas. Me gustaría transmitir estas enseñanzas a los estudiantes cuando doy clase de historia.

Profesor/a: Me parece que incluso entre los profesores que se encuentran aquí no hay verdadero acuerdo sobre lo que son las enseñanzas. No debería decir que «no hay acuerdo»; mejor diría que existe cierto desacuerdo acerca de lo que son las enseñanzas y, por supuesto, éstas están pasadas por el tamiz del punto de vista personal de cada uno de nosotros.

Krishnamurti: Mire, ¿podemos hacer esto aquí? Si todos nosotros creemos que estas en­señanzas son importantes, ¿cómo se las transmitiremos al estudiante, de modo que salga de estas escuelas un tipo diferente de persona, alguien que no sea como todos los demás? No me estoy haciendo el esnob ni trato de ser súper elitista, pero creo que ésa es la intención de todas estas escuelas. Ahora bien, ¿cómo lo haremos? Siendo profesores aquí, integrantes del personal, ¿cómo colaboraremos para llevar esto a cabo?

Profesor/a: Si todos tenemos bien claro lo que son las enseñanzas, seguramente suceda sin ningún plan. Lo que uno lleva dentro de sí se revela en el modo de abordar las asignaturas.

Krishnamurti: Muy bien, señor, partamos de un tema, por ejemplo, la libertad. ¿Cuál es el significado de esta palabra, su naturaleza? ¿Cómo le transmitiremos al estu­diante lo que esa palabra implica: responsabilidad, ninguna autoridad, con­ciencia de una capacidad para investigarse a sí mismo y, por lo tanto, inves­tigar el mundo y demás, de forma impersonal, más o menos todo eso de lo que hemos estado hablando? Tomando ese primer tema de la libertad, ¿cómo se la comunicaremos al estudiante junto con las asignaturas que estamos impartiendo?

Profesor/a: Todos tienen sus respectivas áreas de responsabilidad: física, química, cocina, oficina, huerto y, por lo general, no tengo mucha idea de lo que se hace en dibujo técnico o en matemáticas.

Krishnamurti: Ahora bien, ¿no podemos ver juntos lo que cada uno de nosotros está haciendo, cómo cada uno le transmite esto al estudiante, e intercambiar pare­ceres y procurar mejorar?

Profesor/a: Señor, esto tendría que ocurrir no solamente en la clase, sino también fuera de clase.

Krishnamurti: No, no va lo suficientemente lejos. ¿Cómo lo haremos? Supongamos que doy clases de historia. Puedo estar interpretando las enseñanzas a mi manera y expresándolo por medio de mis lecciones de historia Pero si lo hablo con todos ustedes, podrían corregirme, decir: «Lo estás haciendo mal, amigo; cám­bialo». Nos corregiríamos unos a otros y, por lo tanto, estaríamos sacando esto adelante juntos.

Profesor/a: Hemos discutido detalladamente nuestras relaciones diarias, pero me parece que existe un área desconocida, que es el vivir las enseñanzas en la clase cuando tenemos que enseñar física o geografía.

Krishnamurti: Eso es lo que estoy tratando de decir.

Profesor/a: Si se emplea la palabra «estructura», se habrá arruinado todo desde un principio.

Krishnamurti: Sí, la relación con el estudiante. Usted está diciendo que si como profesor comienzo por subirme a un pedestal y rebajarlos a ellos respecto a mí, entonces se ha terminado, se acabó. Así que eso es lo primero que usted está apuntando, que la relación entre el educador y el educando no debe ser autoritaria. Ahora bien, ¿cómo le transmite al estudiante la verdadera responsabilidad de ese sentimiento? ¿Cómo comunica esto en la clase y durante todo el día?

Profesor/a: El profesor tiene cierta autoridad por el hecho de poseer los conocimien­tos que...

Krishnamurti: Sí, usted es el profesor y sabe más que yo, que el estudiante, pero si ejerce la autoridad en el sentido de creer que como ser humano usted es mucho mejor que yo, o se pone a si mismo en un pedestal, entonces perdemos nuestra relación. ¿Conecto? Entonces, ¿qué va a hacer usted? ¿Cómo me hará ver algo? Yo llego a la escuela condicionado, aceptando la autoridad, asustado de la autoridad y si usted dice que no hay autoridad, ante eso yo reacciono diciendo que puedo hacer lo que me plazca. Puedo decirle: «Oh, no quiero aprender de usted porque es un estúpido». Así que, ¿cómo le haremos frente?

Profesor/a: Podemos comunicarle al estudiante la diferencia entre la autoridad que otorga simplemente conocer la asignatura, lo cual no es en modo alguno una autoridad psicológica o personal, y...

Krishnamurti: Si, todos decimos estas cosas. Pero, ¿cómo, por favor?

Profesor/a: Cada año, lo primero que hago con los estudiantes nuevos es conversar de exactamente esta clase de temas, lo que entiendo por las enseñanzas y lo que he entendido en el pasado.

Krishnamurti: Mire, señor. Yo visito estas escuelas; tengo que hablar de todo esto por separado e individualmente con los estudiantes y con los profesores, y no ha es­tado sucediendo nada. ¿Entienden? Nada. Lo que estoy diciendo es que para evitar que no suceda nada, hay que hacer algo.

Profesor/a: Bien, he descubierto que las enseñanzas parten de la relación.

Krishnamurti: Sí. ¿Cómo entabla una relación? Atengámonos a ese único tema. El estu­diante llega absolutamente condicionado, sin la menor relación. Le teme a sus padres, le teme a todo y así está condicionado. Y usted le habla de relación. Ni siquiera lo entenderá.

Krishnamurti: Es un medio. Mire, digamos que quiero hablar; estoy muy interesado en algo que para mí es de la mayor importancia. Ahora me gustaría enseñárselo al estudiante, con todo lo que implica en términos de comportamiento, responsabilidad, relación, todo lo que eso involucra. Me gustaría transmitírselo al estudiante y quiero que él lo viva como trato de vivirlo yo, de modo que ambos estemos a la misma altura al discutirlo y, por lo tanto, nos entendamos mutuamente. Quiero saber cómo hacerlo, no «cómo» en el sentido de un método, sino cómo hacerlo.

Profesor/a: Lo que usted está describiendo ahora parece ser el punto de partida, el punto de encuentro con el otro.

Krishnamurti: Lo estoy haciendo ahora, lo estoy haciendo con usted.

Profesor/a: ¿Puede usted hablarles a ellos?

Krishnamurti: Como profesor, como educador, estoy muy interesado en esto y me da la abrumadora sensación de que se trata de algo de gran importancia, pero no sé cómo comunicárselo. ¿Comprenden? Díganme lo que debo hacer. Este es nuestro problema. Estoy sometiéndolo a la consideración de todos ustedes. Así que, por favor, díganme, ayúdenme a descubrir, en mi clase y fuera de ella, cómo transmitir este sentimiento inmenso, con todo lo que esto supone. No sólo libertad, no sólo subir a un árbol, no es esto a lo que me refiero. «Libertad» quiere decir disciplina, ausencia de autoridad, una verdadera relación. Díganme cómo voy a enseñarle al alumno todo lo que esto significa. ¿Cómo debo enseñarle, bien cuando salgo a caminar con él o cuando estoy dando la clase? Esto me interesa y quiero comunicárselo mientras imparto la asignatura.

Profesor/a: Él tiene que sentirse completamente a gusto conmigo.

Profesor/a: Cuando usted dice «en la clase», ¿quiere decir que están todos sentados en el aula, son las once, hora de estudiar matemáticas, y entonces les habla de estas cosas? ¿O está diciendo que las introduce durante el estudio de las matemáticas?

Krishnamurti: Ambas cosas, ambas. Hablo con ellos antes de comenzar la lección. Quiero descubrir cómo hacerlo, por lo que antes de empezar con la materia les hablo de cinco a diez minutos sobre la libertad. Y luego me meto en la asignatura y les digo: «Miren, vamos a determinar lo que significa impartirla y cómo enseñar esta idea de libertad por medio de la asignatura». ¿No les entusiasma hacerlo? Oh, ¡vamos!

Krishnamurti: Sí, entiendo. Antes de hablar de matemáticas, sabiendo que el chico las odia, le diría: «Mira, olvidémonos de eso y veamos si puedes superar este miedo». El miedo, olvidémonos de las matemáticas. De modo que abordaría la cuestión de qué hacer con ese muchacho al que le asustan las matemáticas. ¿Conecto? Le diría: «Debes liberarte del miedo». Yo siento que él debe ser libre, de lo contrario la vida se vuelve pesada, algo espantoso. Así que le diría: «Muy bien, voy a ayudarte, muchacho, a liberarte de tu miedo a las matemáticas» ¿Cómo? A ver, díganme Discutámoslo.

La verdadera educación es consecuencia de la transformación de nosotros mismos. Tenemos que reeducarnos para no matarnos los unos a los otros por cualquier causa, por buena que sea, o por cualquier ideología no importa lo prometedora que aparentemente sea para la futura felicidad del mundo. Debemos aprender a ser misericordiosos, a contentarnos con poco y a buscar lo Supremo, porque sólo así se conseguirá la verdadera salvación de la humanidad.

Si el maestro es un verdadero maestro, no dependerá de un método, sino que estudiará a cada alumno individualmente. En nuestras relaciones con los niños y los jóvenes, debemos pensar que no estamos bregando con artefactos mecánicos que se pueden reparar con facilidad, sino con seres vivientes, que son impresionables, volubles, miedosos, sensibles, afectuosos; y que para convivir con ellos tenemos que estar dotados de gran comprensión, tenemos que poseer la fuerza de la paciencia y del amor.

Si nos faltan estas cualidades buscamos remedios fáciles y rápidos con la esperanza de obtener resultados maravillosos y automáticos. Si no estamos alerta, si nuestras actitudes y acciones son mecánicas, nos asustaremos ante cualquier exigencia perturbadora que no podamos vencer por reacciones automáticas; y ésta es una de nuestras mayores dificultades en la educación.

Mientras los niños son tiernos, debemos, por supuesto, protegerlos de todo daño físico, e impedir que se sientan físicamente inseguros. Pero desgraciadamente no nos detenemos ahí; queremos dar forma a su manera de pensar y sentir; queremos amoldarlos a nuestros anhelos e intenciones.

Procuramos plasmarnos en nuestros hijos para perpetuar en ellos nuestro ser. Construimos muros a su alrededor, los condicionamos con nuestras creencias e ideologías, con nuestros temores y esperanzas y entonces nos lamentamos y oramos cuando los matan o los mutilan en las guerras, o cuando sufren de alguna otra manera con las experiencias de la vida.

El niño es el resultado del pasado y del presente y está condicionado por estas circunstancias. Si le transmitimos nuestro pasado, perpetuaremos su condicionamiento y el nuestro. Hay una transformación radical sólo cuando comprendemos nuestro condicionamiento y nos libertamos de él. Discutir lo que debe ser la verdadera educación, mientras nosotros mismos estamos condicionados, es completamente fútil.

La educación actual no estimula en modo alguno la comprensión de las tendencias heredadas y de las influencias ambientales, que condicionan la mente y el corazón y mantienen el temor; y por lo tanto no nos ayuda a romper con los condicionamientos y a crear seres humanos íntegros. Cualquier forma de educación que se ocupe sólo de una parte y no de la totalidad del hombre, inevitablemente ha de aumentar los conflictos y los sufrimientos.

En la verdadera educación está implícito el cultivo de la libertad y la inteligencia, lo cual no es posible cuando hay alguna forma de compulsión, con sus temores consiguientes. Al fin y al cabo la misión del maestro es ayudar al alumno a entender las complejidades de la totalidad de su ser. Exigirle que reprima una parte de su naturaleza en beneficio de otra parte, es crear en él conflictos interminables que dan por resultado antagonismos sociales. Es la inteligencia y no la disciplina la que produce el orden.

La conformidad y la obediencia no caben en la verdadera educación. La cooperación entre el maestro y el alumno es imposible si no hay afecto y respeto mutuos. Cuando se les exige a los niños que respeten a los mayores, tal acción generalmente se convierte en hábito, en mera actuación externa y el temor asume la apariencia de veneración. Sin respeto y consideración no es posible que haya relación vital, especialmente cuando el maestro es un simple instrumento de sus conocimientos.

Si el maestro exige respeto de parte de sus alumnos, y él a su vez los respeta muy poco, evidentemente esto ocasionará indiferencia y falta de respeto por parte de ellos. Sin respeto a la vida humana, el conocimiento sólo conduce a la destrucción y la miseria. El cultivo del respeto que se debe a los demás es parte esencial de la verdadera educación; pero si el educador no posee esa cualidad, no puede ayudar a sus alumnos a vivir una vida íntegra.

El premio o el castigo por una acción lo único que hace es fortalecer el egoísmo. Actuar por respeto o consideración a otra persona, en el nombre de Dios o de la patria, conduce al temor y el temor no puede ser la base de la acción bueno. Si quisiéramos ayudar al niño a ser considerado para con los demás, no deberíamos usar el amor como soborno, sino que debiéramos tomar el tiempo necesario y tener la paciencia de explicar las formas de la consideración.

La verdadera educación habrá de estimular el pensar en los demás, y la actitud de consideración hacia ellos sin atractivo ni amenaza de ninguna clase. Si no esperamos por más tiempo resultados inmediatos, comenzaremos a ver la importancia de que el educador y el niño estén libres del temor al castigo, de la esperanza de la recompensa, así como de cualquier otra forma de compulsión; pero la compulsión continuará mientras la autoridad forme parte de las relaciones humanas.

Fuentes: Pedagogía de la libertad - Jiddu Krishnamurti Principios del Aprender - Jiddu Krishnamurti La educación y el significado de la vida - Jiddu Krishnamurti

Descubre más desde Sanazion.com

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo